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domingo, 18 de marzo de 2012

Una fiesta a la santidad de San José

Ante la fiesta de un santo, lo primero que me viene a la mente es que la familia de los creyentes tenemos una larga tradición. Es decir, hombre y mujeres, antes que nosotros creyeron en Dios, pusieron toda su confianza en el Señor Dios. Ellos son los “padres de la fe”, los primeros creyentes, y serán para siempre referentes en el creer en Dios y en el amar a Dios. Tenemos mucho que aprender y mucho que mirar hacia atrás. Ellos pueden ser verdaderos modelos, porque en su mundo, en sus circunstancias concretas e históricas, supieron decir “sí” a Dios, e hicieron transparente el misterio de Dios en nuestro mundo. Los santos, pues, no son personajes de museo o de folklore, sino testigos del Dios vivo. Su “sí” a Dios provoca nuestro “sí”.

Al hablar de los santos, el primer protagonista es Dios. Ellos son destellos de luz, pero su luz no es propia, sino que procede de Dios. Ellos son como la luna, que no tiene luz propia sino que la recibe del sol, así también los santos, la santidad no es propia sino recibida de Dios. Por eso dice el prefacio de los santos “al coronar sus méritos, coronas tu propia obra”.  A través de ellos, podemos ver a Dios y salir al encuentro de Dios en nuestro propio mundo y en nuestra humanidad. Los santos son puentes de Dios, acueductos que nos acercan a Dios, son “rostro y palabra de Dios”. De esta manera, el mundo y la vida no son opacos sino transparencias de Dios porque ellos testimonian a Dios en la vida y en la propia humanidad. 

La liturgia nos invita hoy a celebrar la figura del patriarca san José, esposo de la Virgen María. A la luz de su vida quiero desplegar como cinco grandes lienzos donde aparecen las cinco dimensiones de una misma figura fascinante.



1.      José es un santo para nuestro tiempo
“Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”

Podríamos decir que es un santo moderno, de los que hoy se prefieren: viste como todos, trabaja como muchos padres de familia, vive en la calle, tiene una familia que cuidar y dar de comer, se preocupa y angustia por los suyos. Es un santo sin aureola, ni resplandores, es sencillo, humilde, pasa desapercibido, sufre como todos los hombres. Su santidad está hecha de martillo, de faena, responsabilidad y silencio. Así lo canta la liturgia de este día: “Sencillo, sin historia, de espalda a los laurales, escala los niveles más alto de la gloria”. No es un santo que huye del mundo, sino que su santidad está clavada en medio del mundo, uniendo acción y contemplación, trabajo y oración, afán y confianza, alegrías y penas. Dice la liturgia de San José: “Y, pues, que el mundo entero te mira y se pregunta, di tú cómo se junta ser santo y carpintero, la gloria y el madero, la gracia y el afán, tener propicio a Dios y escaso el pan”.        
    
2.      José es un hombre “justo”, que es lo mismo que decir “santo”
“Su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”

La santidad le viene de la gracia recibida de Dios, que es el Espíritu Santo que hace santos. José estaba lleno del Espíritu Santo para recibir a Dios y para responder en cada momento a Dios. Hombre “santo” es un hombre “tocado” por Dios, atrapado por el misterio santo de Dios, seducido por Dios. En una palabra, José por ser santo es un hombre de “parte de Dios”. Es el hombre del “aquí estoy”, como Abraham, que en esto consistió su aventura: en decir “aquí estoy”, “aquí me tienes”. Es la santidad que procede de la obediencia total y radical a Dios, eso es la fe

3.      José hombre creyente
“Pero ellos no comprendieron lo que quería decir”

Todo depende la fe. Por su fe creyó en la palabra de Dios que le habló en sueños. Una fe tan grande que reconoce a Dios hasta en los sueños. Y por esa fe tan grande se pone José en las manos de Dios aún sin entender, sin tener las cosas claras.

4.      José hombre humilde
“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el Señor”

No ocupa el lugar del protagonista sino del colaborador, del verdadero servidor. Como Juan el Bautista: “Conviene que yo disminuya, para que el crezca”. Para servir auténticamente hace falta ser humilde, estar vacío de sí mismo para que Dios entre y llene. Donde está Dios hay humildad para reconocer y celebrar los valores de los otros, las obras de los demás. Como María dijo: “Porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí”. El orgulloso, se endiosa y compite con Dios. El soberbio no siente la necesidad de Dios. El humilde reconoce a Dios en su vida y lo necesita más que el aire que respira.

5.      José vive en el amor
“Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad”

Es también modelo de amor, del amor que ha de haber en una familia. Dos cualidades podemos destacar del amor de José vivido en familia. Un amor fiel y un amor responsable. En efecto, su amor esta hecho de fidelidad, una fidelidad a prueba de bomba, a prueba de cruz. José sabía de las dificultades para llevar todo este plan de Dios adelante, pero supo estar, supo esperar. Sabría de incomprensiones, rechazos y desprecios de los demás, pero fue fiel, no abandona. Hoy, sin embargo, vemos romperse tantas familias a la mínima de cambio. Se falta a la fidelidad a la palabra dada, a la palabra escrita, a la palabra jurada. Se rompe todo compromiso. San José es ejemplo de fidelidad y de fe: “Hizo lo que le había mandado”.

Su amor es también responsable. La responsabilidad es la expresión de la madurez de la persona. El amor y la responsabilidad hicieron de san José el padre de Jesús, sin necesidad de ser el padre biológico. “No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padre e hijos”. Podemos decir que José fue haciéndose padre de Jesús día a día, en las pruebas y desafíos de la vida.         

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